Hoy es 11 de septiembre del 2019. Se conmemoran 46 años del golpe de estado.
Para muchos una fecha lejana que por el bien de Chile hay que olvidar. Para otros, el recuerdo de un día fatídico que cambio sus vidas, porque perdieron hijos, hermanos, padres y abuelos, muchos de los cuales hoy siguen intentando encontrar. Un profundo dolor, permanente, que se renueva cada día no importan los años, porque es alimentado por la esperanza y por el silencio cómplice y cobarde.
Pero el 11 de septiembre es relevante porque sus consecuencias están presentes hoy, en los noticieros, en la discusión de la oficina, en la conversación de sobremesa casera.
¿Cómo, dirá usted? Está presente en la discusión del modelo de jubilaciones, instalado a en los años de la dictadura, propiedad en un 80% de consorcios extranjeros y que se ha convertido en una fábrica de pobreza, permanente, peligrosamente creciente. Porque se creó pensando en quitar poder al Estado, en el negocio y no en la necesidad de una política pública diseña para resolver un problema social.
Está presente en la legislación laboral reflejo de los temores a los sindicatos, producto de las tomas de las fábricas de los 70, que convirtió a los trabajadores de un peligro en recurso humano desechable y primer factor de ajuste para el incremento de los márgenes de ganancia.
Está presente en la sequía con el agua privatizada anteponiendo intereses económicos sobre el agua para la bebida, en la salud, donde estado debería ser actor principal, como en todos los países desarrollados del mundo. Donde se mide con criterio privado de gastos y utilidades, los beneficios y derechos sociales.
Está presente en el sacrificio la educación pública, ejemplo para Latinoamérica, por una de origen privado, estratificada para control ideológico y para la mantención de privilegios y la generación de negocios.
Está presente en la discusión de la reforma tributaria donde el chorreo es parte de las políticas públicas como mantra y se privilegia la concentración de la riqueza.
Por eso el 11 de septiembre de 1973 está muy presente, porque se impuso el concepto de solidaridad, sobre el de justicia, se nos repitió hasta el cansancio de que las colusiones, intereses usureros, una mediocre educación, era el costo necesario para acceder al crédito al auto y a la cada día más distante casa propia.
Hoy cuando los problemas de la duplicidad de calidad en el acceso a la salud, la educación, los sueldos, las áreas verdes, la seguridad se expresan con fuerza en la sociedad. Se nos intenta asustar, no sin éxito con éxito, con Venezuela, como antes fue con Cuba y con la Unión Soviética.
La verdad, es que Chile es distinto por idiosincrasia, por educación, por generación de su riqueza, por historia a cualquier otro país. No somos ni seremos Cuba, Venezuela o Estados Unidos, Suecia, Francia o Alemania.
Seguimos hablando del 73 porque la constitución que nos rige sigue reflejando los temores de una generación que teme al Estado, a las personas y quiere proteger sus bienes y privilegios.
Seguimos hablando del 73 porque como en el Mercurio de hoy un grupo de personas paga para justificar su proceder y los efectos políticos, sociales y humanos de un periodo negro para Chile. Justifica la violencia con amenazas de violencia.
La casa común, la deberíamos intentar construir todos, pero desde la igualdad no de recursos, sino de oportunidades. Hoy es 11 de septiembre y creo es importante recordarlo, al revés de los que hizo hoy el gobierno, o negando como una vez más, por dinero, lo hizo el Mercurio, no sólo para hacer un minuto de silencio por las víctimas, sino para reflexionar sobre el Chile de todos, el menos solidario, pero mucho más justo, el que se enfrenta a las crisis internacionales, a los desafíos del cambio climático, al cambio en los paradigmas del desarrollo con una mirada común. Ojalá dejando los temores y desconfianzas que tanto daño hicieron y siguen haciendo al bien común.
Hay que aprender y reflexionar de los errores, para que el nunca más sea cierto, pero para eso hay que dejar atrás el odio, la justificación de la violencia y la negación de los propios errores, como el que refleja a página publicada hoy por el Mercurio, eso no sirve a nadie, ni a Chile, ni a las familias de este país, y ni siquiera al mercurio.
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